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Cabodevilla, Miguel Ángel. Memorias del MACCO

MACCO es la sigla que corresponde a Museo Arqueológico Centro Cultural Orellana. M. A. Cabodevilla explica en esta obra los orígenes del Museo de Coca (capital de la provincia de Francisco de Orellana, que ocupa gran parte del Oriente o Amazonia ecuatoriana), cómo se llegó a su construcción y qué sueños se persiguen con él. Nadie mejor que Cabodevilla para contar esta historia, pues él fue su principal promotor. La historia a la que aludimos es narrada de forma no convencional, pero no por ello menos rigurosa, de hecho el libro contiene un amplio e importante aparato crítico al final del cuerpo textual (pp. 169-188). La narración resulta muy ágil y sugerente y de altísimo valor literario. Cuando el autor habla de la selva amazónica y de las culturas que en ella se esconden la prosa se convierte en poesía. Además hay que señalar que el libro resulta de una gran belleza, tanto por su diseño y maquetación como por las fotografías que inserta de las urnas funerarias (ss. XII-XVI) usadas con fines rituales por los omaguas, pueblo precolombino que habitaba en las riberas del río Napo, afluente del Amazonas. Hoy son los naporunas (de ellos algunos waorani) los que se siguen asentando en esas mismas riberas. Por otra parte también se incluyen fotografías de algunos indígenas, misioneros (Alejandro Labaka, José Miguel Goldáraz, Juan Carlos Andueza) y otras personas, pero con un punto de distorsión o difumino, que sin dificultar para nada su identificación, aporta un cierto estilo “naïf” muy original y desenfadado.

Nuestro autor despliega el texto del libro en seis epígrafes, a modo de capítulos, precedidos por un prólogo. En este último Cabodevilla cuenta como al llegar en 1984 a Lunchi isla, conocida popularmente como isla de Pompeya (formada por el curso del Napo), donde vivían los capuchinos Juan Santos Ortíz y Ángel González, experimentó un profundo asombro, tanto ante la belleza de la selva amazónica, con su silencio y sus sonidos, como ante las culturas que se habían ido sedimentando en aquellos lugares a lo largo de los siglos, permaneciendo ocultas y enterradas. La riqueza de esas culturas se le desveló al visitar el pequeño museo etnográfico, que se había ubicado recientemente en el antiguo hospital, muy próximo a la vivienda de los misioneros y al galpón donde se ubicaba CICAME (Centro de Investigaciones Culturales de la Amazonia Ecuatoriana), institución mucho más humilde que el título que le da nombre, iniciada en 1971, a la que estaba unido aquel. En el museo había, en una parte, hachas de piedra, herramientas de madera, cerámicas, algodón, hilados selváticos; y en la otra parte lo más llamativo: cerámicas asombrosas (urnas funerarias), con diseños lineales y trazas antropomorfas engobadas en blanco y pintadas en color café, rojo y negro, que podían tener entre 500 y 800 años de antigüedad, cuando en Europa se desarrollaba el románico y gótico.

José Ángel Echeverría

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