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Cesáreo de Armellada (1908-1996)

Jesús García Gómez nació en el pueblo de Armellada (León) el 1 de febrero de 1908; sus padres fueron dos sencillos campesinos. En su pueblo comenzó los estudios primarios, de donde se trasladó al seminario capuchino de El Pardo (Madrid), para realizar los estudios de Humanidades. El 3 de agosto de 1923, a la edad de quince años, ingresó en el noviciado de los capuchinos de la provincia de Castilla en Bilbao, y emitió su profesión temporal un año más tarde, el 9 de agosto de 1924. En ese momento cambia su nombre al de Cesáreo de Armellada, con el que será conocido. Comenzará inmediatamente los estudios filosófico-teológicos. En 1929 tiene lugar su profesión perpetua y, dos años más tarde, el 11 de octubre de 1931, la ordenación sacerdotal. Transcurrido un año de su ordenación sacerdotal, a la edad de veinticuatro, vio cumplida su vocación misionera, siendo destinado a las misiones en Venezuela.

Llegó al puerto de la Guaira el 7 de enero de 1933 y, a los pocos días, se embarcó nuevamente y siguió bordeando las costas del oriente venezolano hasta internarse por la boca del Orinoco en el pueblo de San Félix (Estado Bolívar), desde donde por tierra llegó hasta Santa Elena del Uairén el 14 de julio de 1933. Nada más llegar al territorio indígena se incorporó a la tarea misionera. Con gran esfuerzo, a veces en condiciones verdaderamente heroicas, recorrió los caseríos de las diversas zonas misionales encomendadas a los capuchinos, principalmente los territorios indígenas de los pemones y kamarocotos de la Gran Sabana, de los que no tardó mucho en dominar su lengua y conocer a fondo sus tradiciones y cultura, y donde desarrolló una actividad misionera caracterizada particularmente por el contacto personal. A este respecto, transcurrido un corto espacio de tiempo, intuyó la importancia de recopilar y recoger toda la documentación existente acerca de los pueblos indígenas, convirtiéndose en un incansable etnógrafo.

Recopiló cuentos, leyendas, historias y costumbres aborígenes que luego tradujo al español y dio a conocer, tanto en Venezuela como en otros países. A este respecto, con su labor entre los indios pemones se convirtió en salvador y defensor de su lengua y cultura, así como en paradigma para otros pueblos indígenas.

En 1940 debió trasladarse a Boa Vista (Brasil) donde permaneció hospitalizado por espacio de cinco meses buscando remedio a sus enfermedades, especialmente al paludismo. Una vez recuperado, regresó a la vida misionera y especialmente a la tarea de explorador; así, en septiembre de 1940 remontó el río Paragua y, dos años más tarde, recorrió los entornos al término de Luepá (Gran Sabana), viajes de los que ha dejado constancia escrita de sus descubrimientos geográficos y etnológicos. Esta etapa de su vida tuvo como acontecimiento singular la fundación del centro misional de Santa Teresita de Kavanayén el 5 de agosto de 1943. Un año más tarde, el padre Cesáreo se trasladó a Cuba por un espacio de catorce meses.

En septiembre de 1945 regresó a Venezuela incorporándose al recién erigido Vicariato Apostólico de Machiques, donde en compañía de otros misioneros, emprendió una exploración que tuvo como resultado más visible la fundación del centro misional de los Ángeles del Tukuko, en la sierra de Perijá, el 2 de octubre de 1945. Aquí las cosas fueron más complicadas, por tratarse de unas tierras de gran riqueza agropecuaria.

De su labor en el occidente venezolano es de reseñar la lucha contra la endemia del “carate” y la singular campaña dirigida a la pacificación de los motilones, con las llamadas “bombas de paz”. En 1948, en un artículo publicado en la revista Venezuela Misionera mostró a la comunidad científica que el término motilón, que hasta la fecha había sido aplicado a todos los naturales de la sierra de Perijá, correspondía a dos etnias diversas, una proveniente de los caribes y otra de los chibchas.

Por diversos motivos, en 1950 se trasladó por espacio de nueve años a España, donde se dedicó a divulgar la obra misionera de los capuchinos en Venezuela: conferencias, artículos y seminarios fueron lo más característico de esta etapa, al mismo tiempo que era superior de algunas comunidades: Santa Marta (Salamanca) o Cuatro Caminos (Madrid), amén de ser designado como definidor provincial durante el trienio 1951-1954. A su regreso a Venezuela, fue nombrado párroco de Santa Inés de Cumaná. Fue precisamente en esta villa colonial donde será designado como correspondiente por el Estado de Monagas en la Academia de la Historia. De esta etapa son sus investigaciones sobre el Concilio de Santo Domingo de 1622 y sobre el tema indigenista en las Cortes de Cádiz, que verían la luz un par de lustros más tarde. El 1 de enero de 1960 se trasladó a Caracas para asumir la dirección de la revista Venezuela Misionera, tarea que le ocupó por espacio de veintitrés años. A partir de este momento, su vida estuvo totalmente determinada por el mundo histórico-lingüístico, con especial atención a las culturas indígenas del país encomendadas a los capuchinos. Con atención a la causa indígena se matriculó en la Universidad Católica Andrés Bello (Caracas), obteniendo, en 1965, a la edad de cincuenta y siete años, la licenciatura en Periodismo. Ese mismo año, el arzobispo de Caracas lo nombró director del Archivo Arzobispal, con lo que contó con una posibilidad más de trabajo para la reconstrucción de las fuentes misionales capuchinas en Venezuela.

En 1967, en la Universidad Católica Andrés Bello fundó el Instituto de Lenguas Indígenas, del que fue su director y animador. Desde este centro especializado desempeñó un papel singular como animador y promotor de la causa indígena. Dos años más tarde, desde su responsabilidad en el Archivo Arzobispal, en compañía de otros historiadores, fundó la Asociación Venezolana de Historia Eclesiástica. Como reconocimiento a toda esta amplia dedicación, en 1977 recibió del Gobierno venezolano la condecoración Andrés Bello en su máxima categoría. Fueron años de una gran actividad intelectual, siendo invitado constantemente a congresos, asesoramiento de tesis doctorales, etc. A lo largo de estos años se convirtió en una firma habitual del periódico La Religión. Un año más tarde, la Academia Venezolana de la Lengua lo designó como académico correspondiente ocupando el Sillón D, siendo el primero en la historia de Venezuela que recibió esta distinción sin haber nacido en el país. En 1979, cuando solo llevaba un año en este nuevo y singular puesto, fue designado para la delicada tarea de bibliotecario de la Academia. Los nombramientos se sucedieron dando cuenta de su valía intelectual: miembro de la Sociedad de Ciencias Naturales La Salle, miembro de la Sociedad de Estudios Americanistas de París, miembro de la Sociedad Bolivariana de Caracas. De igual manera recibió las condecoraciones: Orden de Francisco Miranda, 2ª y 3ª Clase; Medalla de la Ciudad de Caracas, de Maracaibo y de la Guardia Nacional.

En 1981, y en colaboración con monseñor Mariano Gutiérrez, publicó una nueva edición del diccionario pemón. En 1988, en una de sus últimas intervenciones públicas, recibió en Caracas la mención honorífica del Premio Municipal de Literatura por su libro Cuentos y no cuentos. Ya en su última etapa, en 1994, publicó conjuntamente con Jesús Olza la Morfosintaxis de la lengua pemón. Y, un año antes de su muerte, el 23 de marzo de 1995, se le concedió el Premio a la Cultura Nacional del Consejo Nacional de Cultura (conac) en reconocimiento a su labor en la difusión de la cultura indígena Así, después de una larga vida de trabajo y esfuerzo, falleció en Caracas el 9 de octubre de 1996 y, debido a la insistencia de los indios pemones, sus restos fueron trasladados al Centro Misional de Kavanayén, donde está enterrado.

Miguel Anxo Pena González, OFMCap

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