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Lecároz en 100 palabras

El día 4 de octubre se presentó en Pamplona la obra de Fermín Goñi Lecároz en 100 palabras que repasa la historia y las características del Colegio de Ntra. Sra. del Buen Consejo de Lecároz (Baztán, Navarra) de Capuchinos. La presente obra se ha elaborado usando como fuente principal de información tanto el Archivo Histórico Provincial de Capuchinos de Pamplona y como la Biblioteca Central de Capuchinos de Pamplona.

Por su puesto que ya se puede consultar en algunas de nuestras bibliotecas.

En esta ocasión, nos presenta la obra José Angel Echeverría, Archivero Provincial:

Fermín Goñi, conocido periodista y novelista, antiguo alumno del centro, nos ofrece una monografía sobre la historia del Colegio de Ntra. Sra. del Buen Consejo de Lecároz (Baztán, Navarra). Pero no se trata de una monografía histórica al uso, es decir en sentido lineal histórico, sino de un relato periodístico y gráfico, organizado en cien breves capítulos (palabras) que tratan sobre distintos aspectos de la vida colegial y sobre algunos personajes, bien sean frailes capuchinos o excolegiales, ligados de una forma especial e indisoluble al colegio, de modo que ni el colegio ni ellos mismos se entenderían sin esa relación recíproca que los unió para siempre. En realidad la monografía representa un complemento óptimo, sobre todo por las fotografías aportadas (muchas de ellas de documentos, cartas, facturas, etc.), a la historia del colegio escrita magistralmente por el P. Eulogio Zudaire (Crisanto de Iturgoyen), capuchino e historiador, académico de Real Academia de la Historia, que en su día recibió la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Dicha historia, Lecároz. Colegio “Nuestra Señora del Buen Consejo” (1888-1988), fue publicada en 1989, con motivo de la celebración del primer centenario de la fundación del colegio, momento en que los capuchinos decidieron clausurarlo por falta de personal que lo pudiera gestionar adecuadamente.

La publicación actual, iniciativa de la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de Lecároz, coincide y celebra el ciento veinticinco aniversario de la fundación del colegio y el primer centenario de la creación de la Asociación de Antiguos Alumnos, lo que tuvo lugar durante los días 19 al 21 de junio de 1916, año en que se celebraban las bodas de plata del inicio del centro educacional.
El colegio fue fundado en 1888 por el P. Joaquín Mª de Llevaneras, entonces provincial de la única provincia capuchina de España y organizador de las misiones capuchinas de las Islas Marianas y de Hispanoamérica, gracias al apoyo y a las donaciones de numerosos bienhechores baztaneses, sobre todo de D. Joaquín Plaza Iturralde, que tenía un hijo en el seminario capuchino de Montehano (Santander). Inicialmente el colegio fue pensado como seminario capuchino en sustitución del de Montehano, donde se formarían los futuros misioneros para Asia e Iberoamérica. Pero en 1898 Lecároz pasó a ser un colegio mixto, donde estudiaban seminaristas o latinos y otros alumnos del valle y de fuera de él que no tenían intención de ser capuchinos y que estudiarían Bachillerato y Comercio. En 1910, con el nuevo reglamento del centro, se dio el paso definitivo a un colegio internado para formar seglares, no futuros religiosos. El colegio sufrió los avatares complejos de la historia de España de las primeras décadas del siglo XX: así se convirtió durante la República en Liceo Lecároz, con el apoyo de los excolegiales (sobre todo de los diputados a Cortes por diferentes partidos, Rafael Aizpún y Jesús Mª de Leizaola), por el peligro que corría, como los de otras órdenes religiosas, de ser clausurado; durante la guerra se convirtió en hospital de sangre y posteriormente en hospital (llamado Hospital General Mola) para convalecientes de la guerra, sin dejar de albergar el colegio, lo que conllevaba numerosas dificultades e inconvenientes. Más tarde, una vez recuperado del varapalo de la guerra, que lo dejó maltrecho en todos los sentidos, tuvo que afrontar el incendio de 1962, cuando con gran generosidad por parte de los excolegiales, volvió a retomarse la figura jurídica de “Liceo Lecároz”, con el objetivo de construir un edificio nuevo, que se inauguró propiamente para el curso 1967-1968. En 1988 se clausuró y más tarde se vendió al Gobierno de Navarra, que lo convirtió en un Instituto de Enseñanza Media para el valle.

Pero lo que caracterizó al Colegio de Lecároz, desde el principio y por deseo de su fundador, fue la calidad de su educación y su capacidad para ser el primero, o uno de los primeros, en la introducción de disciplinas o actividades artísticas de especial importancia para conseguir una educación integral de la persona. Es notorio que Lecároz se distinguió por la altísima formación musical que impartía, por la tempranísima introducción de distintos deportes, sobre todo el football (hacia 1910) y la pelota vasca, por sus laboratorios de ciencias naturales, física y química, así como por sus gabinetes de dibujo y pintura y por su laboratorio de fotografía. Desde el inicio se tiene noticia de la proyección de películas y de la adquisición de un proyector; el cine con el tiempo relegaría en gran medida al teatro. Lecároz introdujo la enseñanza del euskera y la promoción de la cultura vasca, por medio de las danzas y de la música folklórica, después del I Congreso de Estudios Vascos celebrado en Oñate en 1918. En Lecároz pronto se comenzaron a realizar excursiones de carácter formativo, que culminaron en los viajes de estudios de los años setenta y ochenta, y desde el principio se representaron obras de teatro y los alumnos participaron en el coro del colegio. Desde 1923 el colegio contó con su revista “Lecároz” (se mantuvo hasta el final), que difundía entre las familias de los colegiales y excolegiales, así como entre los bienhechores, la vida del colegio. Todo esto hizo que el Colegio de Lecároz, por el que pasaron a lo largo de su historia unos doce mil alumnos, se convirtiera en uno de los centros más importantes para la educación de los hijos de la burguesía del País Vasco y Navarra, así como de otros lugares, pues el centro siempre mantuvo un carácter muy internacional. Podemos decir que fue un centro puntero. La calidad de su enseñanza y su talante burgués puso al colegio en el punto de mira de numerosas personalidades de la vida política y cultural, que lo visitaron a lo largo de su historia centenaria. Por Lecároz pasaron políticos como Ramón Nocedal, Rafael Aizpún, Víctor Pradera, José Antonio de Aguirre, Manuel Irujo, Miguel Primo de Rivera, Antonio María de Oriol, Manuel Fraga, Carlos Robles Piquer, Juan Carlos de Borbón; o personas ligadas a la cultura como Resurrección María de Azkue, José Miguel de Barandiarán, Miguel Asín Palacios, Xavier Zubiri, Ramón Mª del Valle Inclán, Maurice Ravel, Gregorio Marañón, José Mª Lacarra, Miguel Sancho Izquierdo. E incluso algún santo, como san José María Escrivá de Balaguer. Y la enumeración podría continuar haciéndose interminable.

Otro aspecto o dimensión, sello genuino de la casa, en el que destacó Lecároz fue en la relación que se entablaba entre los religiosos, tanto profesores como hermanos laicos dedicados a otras labores muy necesarias del colegio (hortelanos, enfermeros, cocineros, etc.), y los alumnos y exalumnos, lo que convirtió a todos en una especie de gran familia. Era (ha sido hasta hace poco) muy habitual que los excolegiales visitaran el colegio con cierta frecuencia, manteniendo estrechos lazos de amistad entre ellos y con sus antiguos profesores. A ello contribuyó notablemente la Asociación de Antiguos Alumnos, ideada en su día por el P. Calasanz de Urdax.

La obra de Fermín Goñi se caracteriza por la inmediatez, la viveza y la fluidez del lenguaje, así como por el colorido de las fotografías y reproducciones gráficas, lo que hace muy amena y fácil su lectura. A ello contribuye también la brevedad de los distintos capítulos. Destaca, como nota curiosa, la inserción entre sus páginas de la publicidad que apareció en el primer número de la revista “Lecároz” (1923). Los distintos capítulos tratan, de forma no completa, no podía ser de otra forma, de aspectos tan importantes y sugerentes como el colegio seráfico, una cierta autarquía en el funcionamiento del colegio, la fotografía, el tren, el Cristo de Alonso Cano, el estudio del euskera, la música, la biblioteca del colegio (había incunables), el teatro, el dibujo y la pintura, la famosa tortilla, la pelota vasca, el football, la Asociación de Antiguos Alumnos, la cocina y los cocineros que se formaron en el colegio, las danzas, el cine, el hospital de sangre y el Hospital General Mola, el Liceo Lecároz, los futbolistas y otros deportistas que se formaron en el colegio, el incendio y la construcción del colegio nuevo, la celebración del centenario y su clausura, la venta del cuadro de George Washington, el magnolio, la relación con distintas instituciones y la adquisición de distintas maquinarias que facilitaban la vida colegial (salto de agua, generador eléctrico, lavadora mecánica, teléfono, lavavajillas industrial, los coches, el camión, la televisión), la instalación de las monjas, la aceptación de chicas entre sus aulas a partir del curso 1979-1980. Otros capítulos se dedican a personas de especial relieve para la vida del colegio, tanto capuchinos como excolegiales o bienhechores. Se podrían haber incluido muchos más, pero éstos son los señalados: P. Joaquín Mª de Llevaneras, Joaquín Plaza Iturralde, Jesús Mª de Leizaola, Jorge Oteiza, Nicanor Zabaleta (excolegial, arpista donostiarra), Padre Donostia, Hilario Olazarán, Carlos del Portillo (hermano del beato Álvaro del Portillo, que fue el alma del Liceo Lecároz en su segunda época, hacia 1962), Álvaro Líbano (excolegial, uno de los arquitectos del nuevo colegio).
El libro concluye con la reproducción fotográfica de algunas cartas de personajes famosos dirigidas al P. Donostia (Carmen Castro, esposa de Xavier Zubiri, Joaquín Rodrigo, Andrés Segovia, Américo Castro, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal), y con un apéndice de algunas cartas escritas por el excolegial José María Martinicorena, en 1922, a su familia, cuando sólo contaba nueve años. Las cartas, de caligrafía clara y sintaxis incorrecta en muchas ocasiones, son de un candor cautivador, y aportan detalles nada desdeñables de la vida colegial, y sobre todo los sentimientos, expresados sin malicia alguna, que suscitaba en un niño la vida colegial, apartado del calor del hogar.

Felicito al autor por este libro, vivo y ágil, que completa la historia del Colegio de Lecároz escrita por el P. Eulogio. Aunque habría que matizar algunas afirmaciones y completar algunas informaciones, y aunque no sea ni haya pretendido ser una obra propiamente científica (no tiene aparato crítico), es preciso decir que ésta se basa en una ingente documentación inédita de archivo que el autor ha tenido la paciencia de estudiar con detenimiento y pasión, documentación que se conserva en el Archivo Histórico Provincial de los Capuchinos de Pamplona (Extramuros), y que ha sido determinante para la elaboración de la obra. Por todo ello felicidades. Del mismo modo extiendo mi felicitación a la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio de Lecároz, pues a ellos se debe la iniciativa de la redacción y publicación de este libro, así como su financiación.

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