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Biblioteca de Lecároz

Día Internacional de la Biblioteca

Hoy 24 de octubre, día en que se celebra  el Día Internacional de la Biblioteca, queremos unirnos a esta celebración que desde 1997 busca difundir la importancia de las bibliotecas con el fin de protegerlas  mostrando como cualquier tipo de biblioteca alberga grandes tesoros. Y como Biblioteca que también encierra tesoros hoy vamos a descubrir uno de ellos.

Hoy queremos abrir una de las "bibliotecas ocultas" que tenemos en nuestro catálogo. ¿Por qué este nombre de biblioteca oculta? Porque aunque su catálogo está integrado entre los demás y podría ofrecerse y recuperarse independientemente como tal, no es uno de los que presentamos, pues ya no existe físicamente, ya que la biblioteca fue clausurada. Estas son Bibliotecas que, o bien porque la fraternidad se ha suprimido o bien porque los fondos de su biblioteca se han trasladado a otra para una mejor conservación, no existen físicamente.

Entre estas podemos nombrar, como ejemplos, las bibliotecas de Fuenterrabía, Bayona, Sangüesa, Alsasua, Estella o León. O también el fondo antiguo de la biblioteca de Jesús de Medinaceli (Madrid) que se está catalogando ahora mismo y que físicamente se ha trasladado a Salamanca.

 

Hoy vamos a presentar la Biblioteca de Lecároz, ya que este año se ha celebrado el 125 aniversario de la fundación del Convento-Colegio de Lecároz y  el centenario de la creación de la Asociación de ex-colegiales, que ha organizado con este motivo numerosos actos; de alguno de ellos nos hemos hecho eco en esta web.

En 1888 el P. Joaquín María de Llevaneras, Superior de la Provincia Capuchina del Sagrado Corazón de Jesús, única en España, colocó la primera piedra del Colegio en el Valle del Baztán (Navarra). En 1891 dicho colegio fue inaugurado como “Seminario Seráfico Capuchino para las misiones de España y Ultramar”. Pero ya en los años 1899-1903 se tuvo que ampliar ante la demanda cada vez más numerosa de alumnos, convirtiéndose poco a poco en Colegio de segunda enseñanza y cambiando su nombre por el de “Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo”, compartiendo el edificio con los seminaristas. Más adelante será cuando se popularizará el nombre de “Colegio de Lecároz”.

Lecároz fue un internado que alcanzó gran fama durante las primeras décadas del siglo XX y en el que sus plazas para alumnos internos resultaban insuficientes para la demanda que tenía fundamentalmente entre la burguesía católica del País Vasco y Navarra, y también entre la española. Del colegio escribió por aquellos años Julio Altadill: “Jamás se han visto mejor que en Lecároz armonizadas la asistencia intelectual y física con la economía, una comida sana, esmerada y abundante, clima encantador y educación religiosa irreprochable”.

Para conocer más se pueden consultar las publicaciones de capuchinos de la época, ya que muchas se nutrían desde sus muros, o también las publicaciones que se le han dedicado con posterioridad: Lecároz : Colegio "Nuestra Señora del Buen Consejo" (1888-1988), del padre Eulogio Zudaire o Lecároz en 100 palabras, del excolegial Fermín Goñi. En ambas se dedica atención a la biblioteca.

 

Con permiso del autor reproducimos aquí las palabras que Fermín Goñi ha dedicado en su libro a la Biblioteca.

El colegio no nació con biblioteca; estaba el espacio, pero faltaba dinero para anaqueles. Con el paso de los años sucedió el fenómeno contrario: no había anaqueles suficientes para tamaña concentración de libros porque la biblioteca del colegio de Lecároz fue una de las más importantes y numerosas que hubo en colegios religiosos durante el siglo XX. Si en 1923 contaba con 8.000 volúmenes, veinte años más tarde llegaban a los 30.000. Cuando el colegio cerró sus instalaciones de manera definitiva y todos los libros fueron trasladados hasta la biblioteca que los capuchinos tienen en su convento de Extramuros, en Pamplona, la cifra llegaba a 60.000. Y eso que en Lecároz hubo dos: la propia e inicial del colegio [...] y otra más modesta, pero de mucho más uso, que se llamaba Biblioteca Escolar, que tenía unos 4.000 títulos. Es la que usábamos los estudiantes en los años setenta.
La biblioteca inicial, de dos pisos y construida en roble de la zona, era para uso de los capuchinos y de los estudiantes seráficos, e impresionaba a los visitantes por el tamaño y orden. En los primero tiempos se nutrió de donaciones de otros centros capuchinos y de muchos particulares, como lo demuestran los numerosos ex libris que se encuentran en los libros ahora depositados en Pamplona. El colegio inició sus actividades en 1890 y en los siguientes veinticinco años son muchas las facturas que existen de compra de libros en las principales librerías españolas y francesas [...].
Con todo, el impulso definitivo de la biblioteca fue obra del padre José Calasanz de Urdax, nacido en Urdazubi/Urdax en 1883 como Rodrigo Echenique Migueltorena, promotor y director de la revista “Lecároz” en 1923, antiguo alumno con unas calificaciones sobresalientes que unía a la formación intelectual su dominio del euskera, francés y alemán. […]
El padre José Calasanz de Urdax era, al decir de quienes lo conocieron, persona de aspecto frágil, delgado, de salud delicada y gran nervio. […] Suyo fue durante un cuarto de siglo largo, hasta su muerte en 1953, el trabajo de clasificar, crear el fichero de autores y materias, incluso de conseguir más fondos para la biblioteca; su bibliofilia le ayudaba a la hora de trabajar en materia tan dura como lo es clasificar un fondo bibliográfico de tamaña densidad. A partir de los años setenta, el colegio se dotó de otra biblioteca más funcional con todas las obras clásicas de la literatura universal cuyos ejemplares se prestaban a los alumnos para su lectura y análisis.
En la magnífica biblioteca primigenia se podían encontrar muchos libros de temática religiosa pero también obras de los mejores impresores españoles como Ibarra, Marín, Sancha o Monfort. También del italiano Aldo Manuccio […], la familia francesa Didot o la italiana Bodoni. […]
La biblioteca del colegio de Lecároz es tan extensa que no se puede resumir más y fue a caer en buenas manos, ya que los capuchinos de Extramuros trabajan todavía hoy, en 2016, a diario con ella.

No podemos dejar de mencionar en este texto a otro de sus bibliotecarios: el padre Francisco Javier Cabodevilla (Pablo de la Cruz de Zabalceta). El padre Pablo (me voy a permitir la confianza) llegó a Lecároz el 3 de octubre de 1946 para ejercer, entre otras tareas, la labor de profesor y sobre todo de bibliotecario. Esta última la ejerció hasta el 12 de febrero de 2003, cuando se trasladó al Convento de Extramuros, en Pamplona, trayendo de su mano la biblioteca y encargándose de organizarla y ordenarla en Pamplona. Posteriormente fue nombrado bibliotecario provincial de la Provincia capuchina de Navarra-Cantabria-Aragon. El padre Pablo fue un gran especialista en la historia de la imprenta en Navarra, coleccionista de novenas y sobre todo gran amante de los libros en general. Sin duda alguna continuó excelentemente la tarea del P. Calasanz: la consolidación y engrandecimiento de la gran biblioteca que llegó a formarse en el Colegio de Lecároz.

De esos 60.000 volúmenes que se trasladaron a Pamplona actualmente están catalogados (también para Catálogo Colectivo de Patrimonio de España) 20.267 títulos, entre los que podemos encontrar 11 incunables, 434 títulos del S. XVI, 920 del S. XVII, 2.171 del S. XVIII,  3.869 del S. XIX y 12.857 del S. XX y XXI. También queremos destacar que, de estos, 319 títulos corresponden a revistas.  Y 113 partituras, que son un ínfima parte de las que llegaron. No todo está catalogado, a parte de la música notada, diccionarios, enciclopedias y grandes colecciones literarias, entre otras cosas, están todavía sin catalogar.

Respecto a la temática destacamos que junto a las materias religiosas podemos encontrar grandes colecciones de literatura, tema científico, musical y un fondo bibliográfico muy importante de tema vasco-navarro y local.

A continuación vamos a exponer algunas de las obras concretas que podemos localizar en esta colección, aun con la certeza de que vamos a dejar sin mostrar grandes obras, que el lector tendrá que localizar por sí mismo.

 
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